En el anterior artículo, repasamos la interesante historia de este deportivo, uno de los más insignes dentro de la dilatada y convulsa historia de la marca italiana. Que supuso la cúspide las prestaciones para una firma, que tras el Bora cayó en declive durante décadas, hasta que de la mano de Ferrari y del Grupo Fiat, ahora Fiat Chrysler Automobiles, ha vuelto a reverdecer laureles.
El Bora es ante todo un clásico, uno de los deportivos iconos de una época, en la que el mundo de la automoción se acercó rápidamente al final del Siglo XX, evolucionando a una velocidad como no lo había hecho en sus primeros sesenta años de historia, gracias a que marcas y diseñadores comenzaron a soñar no solo en otras líneas sino en nuevas dimensiones.
El Maserati Bora fue un proyecto nacido desde cero, al contrario que su sucesor, el Merak, que estaba basado en este pero posicionado un escalón por debajo. De hecho sustituía el V8 italiano por un más simple motor V6. Pero en el nacimiento y desarrollo del Bora, la marca italiana no escatimó ni en recursos ni en detalles.
Detalles
De hecho, son los detalles lo que más sorprende de este modelo, más incluso que su atrevida y llamativa línea firmada por Giugiaro. Tanto exteriormente como interiormente, el Bora rezuma personalidad en todos y cada uno de sus ángulos.
Como todos los modelos de la época, está fabricado en metal, incluido el enorme y pesado capó trasero. Que de hecho, es más recomendable abrirlo con ayuda desde el otro lateral del modelo, ya que su peso sorprende desde el primer tirón, y el que esté completamente acristalado aumenta la sensación de respeto al moverlo.
Su vano motor, el absoluto protagonista una vez abierto. Ocupa cerca de un tercio de la longitud del Maserati, y alberga el V8 de 4.7 litros de 310 caballos. Alimentado por seis carburadores Weber, el bloque está coronado por ocho maravillosas trompetas de admisión de aire. Toda una escultura para cualquier aficionado al mundo mecánico.
A pesar de la época del modelo, no deja de ser un modelo polivalente y bien pensado, una vez abierto el capó encontramos una inmensa tapa forrada en moqueta que nos oculta el motor y permite depositar algunos objetos en ella cuando estamos circulando. Siempre que sean objetos que puedan soportar el calor que emana el ocho cilindros.
Al ser el capó trasero de tipo monobloque, se abre al completo, nos deja al descubierto todos los órganos mecánicos. Suspensiones, sistema de escape y por supuesto, el precioso V8. Al que echamos de menos un poco de color, ya que al ser completamente negro pasa demasiado desapercibido en el interior del vano trasero.
Interior
Si el vano motor es espectacular, el habitáculo parece sacado directamente de una película retro-futurista. Los asientos, con regulación hidráulica proveniente del circuito hidráulico de Citroën, disponen de unas formas extremadamente modernas, incluso en esta época. Salpicadero, volante y mandos por el contrario, son fiel reflejo de la década del nacimiento del Bora. Plagado de detalles cromados, todo lo que brilla es simple y llanamente metal, lo que eleva la sensación de calidad y estética a bordo.
El volante, curiosamente desplazado hacia la derecha desde el centro del asiento y de una dureza notable, es de una belleza clásica sin igual. De tres radios perforados, es de un diámetro muy pequeño. Tras el cual, encontramos multitud de relojes y mandos, todos ellos orientados al piloto.
La presencia de plásticos es ínfima, tan solo algunos interruptores de tosco diseño y poco más, como el pomo de la escultural palanca de cambios.
El sabor clásico del modelo es inigualable, sobre todo cuando se es consciente de la escasa producción que tuvieron estas variantes, menos de 300 unidades fabricadas de la primera serie con el motor V8 de 4.7 litros. Lo que lo convierte en una joya aun mas deseada.
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