El mundo podría entenderse como cíclico. Unos ganan, otros pierden. Esos mismos que pierden consiguen la gloria al final, y viceversa. Hoy se ha repetido la historia, aunque en una carrera diferente. En 1992 vimos al Nissan Skyline GTR ganar a manos de Mark Skaife en la Bathurst 1000, hoy su descendiente lo ha hecho más de dos décadas después y en las 12 horas de Bathurst. La historia se escribía así.
El dinosaurio mecánico al que apodan Godzilla se despertó antes del alba. Arrancó su ronco y estruendoso corazón rumbo a la parrilla de salida. La Montaña sería asaltada antes que despertara, si es que alguna vez duerme. Diez minutos de preparación y se internaron 55 valientes en la oscuridad. Solo uno de ellos recibiría doce horas después la bendición de la bandera a cuadros. En los primeros compases, Godzilla seguía de cerca al Audi #15, el titán alemán de los cuatro aros, hasta que el sol hizo brillar el metal germano y se distanció... Momentáneamente.
Un canguro saltó al ruedo, y uno de los BMW se lo llevó por delante, destrozando el frontal y obligando al piloto a aparcar a un lateral. La Montaña era la juez de lo que se estaba gestando, el científico loco que admira un ser vivo creado a partir de esos momentos de ausencia de la realidad. El primer coche de seguridad aparecía en pista. Reip, Chiyo y Strauss pusieron el punto de mira en Winkelhock, Vanthoor y Mapelli.
Locura y tesón
El transcurso de la prueba fue un examen de paciencia. Accidentes -algunos de ellos gordos, como el causado por Felix Baumgartner en McPhillamy-, ritmo demencial en las resalidas y tensión en las paradas en boxes. Godzilla tuvo una escaramuza con el #36 de Erebus Motorsport. Lucharon por el liderato provisional en pista durante la parte final de la carrera, y salió ganando el monstruo japonés.
Eso sí, parecía que la carrera tenía dos caminos totalmente separados. Las múltiples neutralizaciones -hasta diecinueve se han contado- cambiaban la cara contínuamente a una carrera que buscaba el norte entre tanta trampa puesta por el espíritu del Mount Panorama. Sí, la Montaña está viva. Muchos la temen, y se ha demostrado con los incidentes vistos en ella. Trompos, roturas mecánicas... En medio del meollo, Godzilla seguía manteniendo esa pugna sufrida con el SLS #36. Parecía que la última parada iba a ser crucial. En la penúltima un susto: Reip perdió tiempo en el cambio de piloto. Pero después apretó, alimentó la sed de venganza del monstruo GTR.
Entonces, en la última hora de carrera, Nissan realizó su última detención en boxes. Cual entrenador de boxeo animando a su luchador. En este caso valientes ingenieros dieron vida a la bestia. Dicha bestia necesitaba de un jinete japonés. Katsumasa Chiyo cogió valientemente las riendas. Era su momento.
El último brote de esperanza
Godzilla estaba a más de un minuto del tanque inglés de Bentley. Quedaba menos de una hora para el final, y todo parecía que se decidiría entre Bell y Vanthoor. Chiyo había sido elegido para un último stint kamikaze. El objetivo era claro, aprovechar cualquier resquicio y favor que la Montaña les diera.
Bell perdió diez segundos en tres vueltas. Vanthoor había activado el modo Terminator, la mecánica alemana unida a la velocidad belga. El coco de la carrera, el hombre que ayer batiera el récord de la pista. El coche que había estado dominando la primera parte de carrera, el que no se había soltado de la tirolina que empezaba a darle velocidad en una bajada sin control a la bocina final, a la bandera a cuadros... Como era de esperar, la Montaña movió entonces sus hilos. Da igual a quien castigara, pero el titán de los cuatro aros número quince vio reducidas sus opciones de alcanzar la gloria. La pugna se neutralizó: el Bentley #11, hermano gemelo del líder, se quedó tirado en la Recta de la Montaña.
La carrera del Bentley de Andy Soucek podría llenar más páginas, pero se puede resumir en caótica. Múltiples penalizaciones por incumplir el reglamento en las resalidas dejaron a la deriva un coche con posibilidades de victoria. Entre Maximilian Buhk y el propio Soucek lo intentaron todo para recuperar ese tiempo desvanecido en la vorágine, y al final el coche dijo basta tras avisar levemente en la búsqueda del top-10.
Coche de seguridad a menos de una hora vista del final. Godzilla recortaba distancias, junto a sus dos perseguidores: el Aston Martin #97 y el SLS #36 de Erebus. Los doblados, como al principio de la prueba, se interponían entre los líderes y el GTR. Los coches lentos... Había esperanza. Sabían en Nissan que Bell no iba a imprimir un ritmo muy elevado, estaría pendiente de los retrovisores, y tenía las de ganar en Conrod, pues los Audi no habían demostrado demasiada velocidad punta. Había esperanza...
Resalida. Los doblados eran demasiado lentos... Chiyo se abrió antes de Murray's Corner para dejar claro que tenía prioridad en los primeros metros. Lo entendieron a la primera, pero había también GT's de por medio, y eran más complicados de alcanzar y sobrepasar. ¡Safety Car! ¡El Bentley #8 se había ido al muro! La suerte estaba de parte de Nissan... Y del Bentley #10. Una neutralización que duró siglos. Se hacía eterna la espera tras el Mercedes AMG que controlaba el ritmo. David Brabham fue incluso atendido por los doctores en una ambulancia. Por suerte no sufrió heridas de consideración.
Veinte minutos... Quince minutos... ¡Ondeaba la bandera verde! Godzilla olía a sus presas. La lucha era titánica entre Bell y Vanthoor. Lo intentaba por todos los lados, pero el Bentley era superior en velocidad punta. El único lugar en el que era débil Bell, Forrest Elbow. El de Bentley, a perjuicio de Vanthoor, lo sabía. Se lanzó como un animal famélico al interior. Vanthoor intentó por el exterior, pero no pudo. La siguiente vuelta dictaría sentencia. Y llegó Chiyo.
Diez minutos para el final... ¡No lo podían creer en Nissan! ¡Safety Car! ¡La carrera en el aire! ¿Terminaría bajo bandera amarilla? En Bentley rezaban porque fuese un incidente que implicara grúa... A la tercera no fue la vencida. El Porsche #4 estaba encallado en la gravilla de Murray's Corner, pero con ayuda de un tractor saldría en menos que canta un gallo. Dicho y hecho. Una sola vuelta de coche de seguridad. ¡Doce horas de reloj decididas en cuatro minutos! El Bentley encaró el Chase. Con calma...engañando a los rivales, pero con cuidado. Vueltas antes le mostraron la bandera negra y blanca por movimientos dudosos protegiéndose de Vanthoor. De puntillas en la cuerda floja. Debajo, el foso en el que un titán alemán y un monstruo japonés se relamían. No podía cometer errores.
¡Bandera verde! ¡Chiyo pasa a Vanthoor! ¡Bell se distrae y permite al Nissan GTR pegarse a su trasera! ¡Chiyo pasa de tercero a primero en menos de quince segundos! ¡Se escapa! ¡La victoria era suya! Mientras, el tanque británico número diez resistía el empuje del titán alemán. Vanthoor mandaba como los altos cargos de la Wermacht alemana en la Segunda Guerra Mundial. ¡Lo intentaba por fuera en Forrest Elbow! ¡Llegaba el Aston Martin! ¡Bell no aguantaba la tensión y ralentizaba una eternidad el ritmo! ¡Mücke era tercero! ¡Chiyo cruzaba la meta... Vanthoor segundo, Mücke tercero! ¡¿Pero qué había sucedido en la última curva?! ¡El Aston y el Bentley se iban largo y el Audi, astuto, les arrebataba la segunda posición en los últimos treinta metros!
Como si de una de esas historias japonesas sobre el defensor del pueblo Godzilla se tratara. Contra tanques y titanes, el GTR se lanzó como un rayo del famoso monstruo radioactivo. Como si de un ciclo se tratara. Primero sufrir, después ganar. Veinte años después y el GTR vuelve a triunfar en Bathurst. La Montaña rescataba a uno de sus hijos pródigos. Rescató a los restos de Godzilla, e hizo que la lucha fuese digna de relatar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos. El círculo se cerraba. El hijo de aquel vermellón Skyline GTR ganaba con majestuosidad.
Fotos: Organización 12h Bathurst
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